Observa la imagen de la derecha; agrándala pulsando en ella y lee el
texto de cada uno de los pétalos. ¿Sabes lo que son esos textos?
Microcuentos.
El microcuento o minicuento es un texto narrativo cuya principal característica es su extensión breve, de ahí proviene su nombre micro (pequeño) cuento.
El microrrelato es un subgénero narrativo que desde la década de
1960 está de moda, gracias a autores como Jorge Luis Borges y Julio
Cortázar. Desde entonces ha sido cultivado por otros escritores y
muchos aficionados, utilizando estos últimos las nuevas tecnologías
para difundirlos.
Empecemos por el que se considera el microrrelato más famoso, en
lengua castellna. Su autor es el guatemalteco Augusto Monterroso:
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Algunos otros:
El hombre
invisible
Aquel hombre era invisible,
pero nadie se percató de ello.
Cuento de horror
La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus
apariciones.
Carta del enamorado
Hay novelas que aun sin ser largas no logran comenzar de verdad hasta
la página 50 o la 60. A algunas vidas les sucede lo mismo. Por eso no
me he matado antes, señor juez.
Mensaje
Una mujer está sentada sola en una
casa. Sabe que no hay nadie más en
el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.
El sueño
Soñé que un niño me comía. Desperté
sobresaltado. Mi madre me estaba
lamiendo. El rabo me tembló todavía durante un rato.
Un poco más extensos:
El miedo
Una mañana, nos regalaron un conejo de Indias. Llegó a
casa enjaulado. Al mediodía, le abrí la puerta de la jaula.
Volví a casa al anochecer y lo encontré tal y como lo había dejado:
jaula adentro, pegado a los barrotes, temblando del susto de la
libertad.
Un milagro
Le
habían asegurado que la Sagrada Imagen retornaría el movimiento al
brazo paralizado y la señora tenía mucha fe. ¡Lo que consigue la fe! La
señora entró temblando en la misteriosa cueva y fue tan intensa su
emoción que enmudeció para siempre. Del brazo no curó porque era
incurable.
La manzana
La flecha disparada por la ballesta precisa de Guillermo Tell parte en
dos la manzana que está a
punto de caer sobre la cabeza de Newton. Eva toma una mitad y le ofrece
la otra a su consorte
para regocijo de la serpiente. Es así como nunca llega a formularse la
ley de gravedad.
La oveja negra
En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue
fusilada. Un siglo después, el
rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien
en el parque. Así, en lo
sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas
por las armas para
que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran
ejercitarse también en la
escultura.
Un sueño
En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin
puerta ni ventana. En la
única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma de
círculo) hay una mesa de
maderas y un banco. En esa celda circular, un hombre que se parece a mi
escribe en caracteres
que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda
circular escribe un poema
sobre un hombre que en otra celda circular…El proceso no tiene fin y
nadie podrá leer lo que los
prisioneros escriben.
Y un poco más:
La verdad sobre Sancho Panza
Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el
correr de los años,
mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de
bandoleros, en horas del
atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que
luego dio el nombre de
Don Quijote, que éste se lanzó irrefrenablemente a las más locas
aventuras, las cuales empero,
por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese
debido ser Sancho Panza, no
hicieron daño a nadie.
Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un
cierto sentido de la
responsabilidad, a Don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un
grande y útil
esparcimiento hasta su fin.
El loco
Dejó atrás todo, y ahora hace esculturas extrañas que vende a turistas
despistados, y aprende trucos de magia que jamás
muestra a nadie. Cree tener cosas que contar, reflexiones nunca dichas,
nunca escritas, pero nadie quiere oírlo, ni a él le gusta hablar con
gente. Antes, cuando era contable, cada día se parecía a
otro día, y soñaba con vivir así, pero sin latas de comida y sin
frío. Ahora es libre, o algo parecido, y no tiene que explicarse ante
nadie, y come cuando quiere y hace lo que quiere. Pero, incluso ahora,
cada día es igual al anterior.
Material
plástico
Un señor toma un tranvía después de comprar el diario y
ponérselo bajo el brazo. Media hora más tarde desciende con el mismo
diario bajo el mismo brazo. Pero ya no es el mismo diario, ahora es un
montón de hojas impresas que el señor abandona en un banco de
la plaza. Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se
convierte otra vez en un diario, hasta que un muchacho lo ve, lo lee, y
lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Apenas queda solo en
el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un
diario, hasta que una anciana lo encuentra, lo lee, y lo deja
convertido en un montón de hojas impresas. Luego lo lleva a su casa y
en el camino lo usa para lo que sirven los diarios después de estas
excitantes metamorfosis.
El
pozo
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años.
Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la
circunstancia de la familia numerosa.
Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al
que nadie jamás había vuelto a asomarse.
En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior.
"Este es un mundo como otro cualquiera", decía el mensaje.
Música
Las dos hijas del Gran Compositor -seis y siete años- estaban
acostumbradas al silencio. En la casa no debía oírse ni un ruido,
porque papá trabajaba. Andaban de puntillas, en zapatillas, y sólo a
ráfagas, el silencio se rompía con las notas del piano de papá.
Y otra vez silencio.
Un día, la puerta del estudio quedó mal cerrada, y la más pequeña de
las niñas se acercó sigilosamente a la rendija; pudo ver cómo papá, a
ratos, se inclinaba sobre un papel, y anotaba lago.
La niña más pequeña corrió entonces en busca de su hermana mayor. Y
gritó, gritó por primera vez en tanto silencio:
-¡La música de papá, no te la creas...! ¡Se la inventa!
La mano
El doctor Alejo murió asesinado.
Indudablemente murió estrangulado. Nadie había entrado en la
casa, indudablemente nadie, y aunque el doctor dormía con el balcón
abierto, por higiene, era
tan alto su piso que no era de suponer que por allí hubiese entrado el
asesino. La policía no
encontraba la pista de aquel crimen, y ya iba a abandonar el asunto,
cuando la esposa y la
criada del muerto acudieron despavoridas a la Jefatura. Saltando de lo
alto de un armario había
caído sobre la mesa, las había mirado, las había visto, y después había
huido por la habitación,
una mano solitaria y viva como una araña. Allí la habían dejado
encerrada con llave en el cuarto.
Llena de terror, acudió la policía y el juez. Era su deber. Trabajo les
costó cazar la mano, pero la
cazaron y todos le agarraron un dedo, porque era vigorosa corno si en
ella radicase junta toda la
fuerza de un hombre fuerte. ¿Qué hacer con ella? ¿Qué luz iba a arrojar
sobre el suceso?
¿Cómo sentenciarla? ¿De quién era aquella mano? Después de una larga
pausa, al juez se le
ocurrió darle la pluma para que declarase por escrito. La mano entonces
escribió: «Soy la mano
de Ramiro Ruiz, asesinado vilmente por el doctor en el hospital y
destrozado con ensañamiento
en la sala de disección. He hecho justicia».
¿Recuerdas la imagen del principio de la página? Se trata de una flor -un lirio chino-, en cuyos pétalos hay un microcuento. Pues así vamos a publicar todos los microrrelatos de la clase.
Crearemos flores gigantes; en cada pétalo se publicará un
microcuento. Con esas flores formaremos ramilletes que expondremos en
el vesttíbulo central del Instituto.