Como el número de
lectores crece considerablemente gracias a la imprenta y al influjo
del humanismo, la prosa encuentra una excelente acogida.
En este contexto, destaca el enorme éxito de unas novelas idealistas que suelen repetir siempre el mismo esquema: las novelas sentimentales y los libros de caballerías.
Son un género novelesco en que se cuentan las hazañas y hechos fabulosos de caballeros aventureros o andantes. Contienen hechos e historias fingidas de héroes fabulosos, caballeros armados.
Los primeros ejemplos de los que se tiene noticia son El Caballero del Cisne y El Caballero Cifar, probablemente escritos hacia 1300 (s.XIV) y es posible que para estas mismas fechas se escribiese El Amadís de Gaula, el de mayor éxito y difusión. Su máximo desarrollo como género narrativo en España se produce entre los siglos XIV y XVI.
Un estudioso, Martín de Riquer insiste en la necesaria diferenciación entre “libros de caballería” y “novelas de caballería”, considerando que los primeros se caracterizan por el predominio de lo fantástico y lo exótico, situándose fuera de la realidad y de su tiempo, como Lancelot du Lac o Amadís de Gaula, mientras las segundas, se caracterizan por una absoluta verosimilitud, situándose en la realidad conocida y en épocas cercanas al presente, como Tirant lo Blanch.
Ni la novela de caballerías ni el libro de caballerías son originariamente peninsulares, sino que nacieron en Francia, durante el siglo XIII, procedente, en parte, de la épica medieval francesa y en parte del "roman coutois", aunque se introdujo rápidamente, pues aunque no se han conservado textos escritos en castellano o catalán anteriores al siglo XV, sí tenemos alusiones de otros autores de la época que atestiguan la enorme difusión de estos libros.
Fueron los best sellers de los siglos
XIV, XV y XVI, y especialmente el Amadís,
que de entre todos los libros
de caballería era el más estimado y valorado.
Son numerosos los
personajes importantes que confiesan la pasión que este libro despierta
en ellos: Juan de Valdés, Carlos V, Hernán Cortés, Santa Teresa de
Jesús, San Ignacio de Loyola. Incluso Cervantes, en el auto de fe que
hicieron el barbero y el cura en la biblioteca de don Quijote, salvó el
Amadís, diciendo que es el mejor de todos.
Este éxito excepcional es el que explica que novelas como el Lazarillo o el Quijote parodiaran características de los libros de caballerías, o incluso, se llegará a componer libros de caballerías "a lo divino"[1], como prototipos del caballero cristiano.
Pero también tuvieron grandes detractores desde sus orígenes, por su inverosimilitud, inmoralidad y descuidado lenguaje. Se dijo que eran libros que leían gentes de escasa formación, pero la realidad es que interesaban a todos los estamentos sociales y culturales, como hemos señalado.
[1] Una versión "a lo divino" de cualquier obra o
género literario es aquella que tomando como punto de partida un
argumento, un poema amoroso, o parte del mismo, se le da
una nueva significación, de carácter religioso. El ejemplo más
destacable de este proceder son los villancicos con sus
correspondientes glosas "a lo divino" que compuso San Juan de la Cruz,
como veremos más adelante.
El argumento: relata aventuras irreales de esforzados caballeros.
Los personajes son siempre prototipos, sin ninguna consistencia psicológica, pues importa más la acción, la aventura complicada y el triunfo del héroe, que no otros aspectos. Los más destacables son:
El espacio y el tiempo en que se desarrollan es incierto y remoto y no guarda ninguna relación con épocas y lugares reales, aunque a veces puede que se haga alusión a países existentes.
La edición más
antigua conocida es la de Zaragoza de 1508, aunque el texto original es
del siglo XIV. Por numerosos testimonios de la época, se sabe que
existió con seguridad un Amadís
primitivo.
A fines del siglo XV, Rodríguez de Montalvo reelaboró y reestructuró
los materiales
primitivos, añadió un cuarto libro y continuó el ciclo con
uno nuevo titulado Las sergas de
Esplandián.
Según Cacho Blecua, De los cuatro primeros libros vieron la luz unas 14 ediciones italianas, 67 francesas, 17 alemanas, 8 holandesas, sin contar con las numerosas antologías de textos empleados como manuales de cortesanía4. Ampliando los datos a todo el ciclo de los amadises, desde 1540 hasta 1694 circularon por Europa más de 625.000 ejemplares, editados en más de 527 volúmenes.
También recibió continuadas censuras -especialmente de los moralistas, comenzando por Luis Vives-, por lo general en compañía de otros libros, acusados de hacer perder el tiempo a los lectores, ser inútiles, perjudiciales y mentirosos.
Después de Amadís vino
toda una caterva de continuadores:
Esplandián, Florisando, Lisuarte de Grecia, Amadís de Grecia, Florisel
de Niquea, etc.
A medida que nos vamos alejando del original se aventuras se van volviendo más hiperbólicas, fantásticas y desmedidas; lo cual desagradaba en gran medida a los censores de la época, que entendían que los lectores podrían interpretar los hechos de esas historias como verdaderos, como ocurre con don Quijote.
La obra se estructura mediante episodios que se van añadiendo uno detrás de otro, y que tienen, por separado, una cierta autonomía, aunque podrían agruparse en dos secuencias que se van repitiendo en cada uno de los cuatro libros que componen la obra:
El desenlace de la novela es abierto, lo que permitió las continuaciones.
El motor de la obra se basa en la tradición cortés, aunque cambia algunos aspectos, pues en la relación amorosa hace valer imperativos religiosos o sociales.
Los amores de Amadís y Oriana se diferencian en dos
aspectos fundamentales de sus principales modelos, Tristán e Iseo y
Lanzarote y Ginebra:
En los primeros libros, las relaciones entre la pareja se ajustan a
las características del amor cortés tanto en detalles menores
generales, como en la motivación de las aventuras e incluso en la
explicación de los móviles de actuación. Funciona como resorte
generador de todas las cualidades desde las heroicas hasta las
cortesanas, propiciando el desarrollo de la actividad bélica, plasmada
en las múltiples aventuras, de la misma manera que el desamor conlleva
la inactividad de su «penitencia» en la Peña Pobre.
No obstante, no hay
que considerar los celos de la mujer negativamente, pues de acuerdo con
las doctrinas corteses acrecientan el amor, como sucedía con la reina
Ginebra.
El héroe se comporta como enamorado perfecto; manifiesta su lealtad y perfección, resiste las tentaciones que se le ofrecen, que en algún caso ponen en peligro su vida, y obedece los mandatos de su amada, contrapuestos a sus anhelos de aventuras y fama. En los libros finales, ya no es Amadís quien solicita favores a su dama, sino que los papeles se invierten, proceso que alcanza su culminación tras el matrimonio público. Oriana exime a su marido del trato cortés e incluso afirma su obligación de asumir sus deseos con la obediencia que la mujer debe a su marido
El amor
estimula el desarrollo de sus cualidades retóricas, pues alcanzará los
favores de su dama tras desplegar sus dotes persuasivas, cada vez más
insistentes en una meditada gradación. Ahora bien, a partir de la unión
sexual y del matrimonio secreto superpuesto, sigue manteniéndose una
similar fraseología cortés, si bien pueden detectarse ciertas
modificaciones.
Paradigmas de caballeros perfectos, demuestran en las múltiples aventuras sus cualidades cortesanas, físicas y éticas.
Entre sus
valores destaca la «bondad» de armas, también llamada «prez» y
«esfuerzo», concretada en su capacidad de ganar la pelea individual y
alentar al ejército con el ejemplo de sus hazañas68.
Dicha cualidad se
ve acrecentada por la peligrosidad de los enemigos, bien por sus
condiciones o por su número, sin que tampoco falten los combates entre
familiares que no se reconocen.
Además del dramatismo, se propicia una jerarquización mínima entre los personajes, perceptible en otras pruebas como las de la Ínsula Firme, en la que Amadís muestra su superioridad: es el mejor caballero y el más leal enamorado.
La honra constituye el principal valor del mundo masculino en forma de rango social elevado, o en forma de fama; ésta se extiende por medio de la palabra, en especial de los testigos, a través de los escritos que recogen sus hazañas y mediante representaciones escultóricas. Para alcanzarla deberán cumplir con sus deberes caballerescos -la defensa del territorio, el auxilio a los desvalidos (viudas, huérfanos, doncellas)- y observar, una serie de virtudes, entre las que se ensalza el cumplimiento de la palabra dada, la cortesía y la lealtad, de la que depende la paz y el orden del reino. En el mundo femenino se destaca la honestidad y la honra además de la belleza69.
Los adversarios
suelen caracterizarse por su soberbia, ambición y deseo de venganza. Se
comportan de forma antiestamental, desobedecen el orden social,
infringen las reglas que rigen los combates y la cortesía y algunos
sobresalen por su conducta anticristiana70.
Todos estos aspectos suelen
ir aunados, si bien los enemigos más característicos representan el
antimundo caballeresco. Entre todos destaca Arcaláus el Encantador, que
a sus condiciones bélicas une la peligrosidad de sus conocimientos
mágicos, con los que vence al héroe en su primer enfrentamiento.
Unas fuerzas de este tipo están contrarrestadas por Urganda la Desconocida, maga remodelada sobre la tradición de Merlín, de Morgana y de la Dama del Lago71. Con su poder de transformación, nos indica el dominio de unas fuerzas fuera del alcance del resto de los mortales. Concede regalos a los héroes, los cura, profetiza su futuro y actúa como consejera72.
La obra acoge buena parte del inventario más destacado de lo
maravilloso medieval, COMO:
Es una narración corta en la que se lleva a cabo un minucioso análisis de la pasión amorosa en primera persona y bajo la forma epistolar: se pone de moda escribir en forma de epístolas o cartas.
El amor es el tema exclusivo; apenas existe narración, sino un análisis pormenorizado del sentimiento amoroso que repite los clisés del amor cortés, en especial por lo que respecta a la dama, un ser divinizado e inasequible; y todo ello en un clima artificioso e idealizado.
El lenguaje es culto y latinizante y destaca el uso de la alegoría.
El modelo es la Fiammeta de Boccaccio (italiano del XIV).
Destaca la Cárcel de amor de Diego de San Pen Pedro