Según
Wikipedia,
con el apelativo Siglo de Oro
se conoce
un período de florecimiento del arte y la literatura en España, que coincidió con el auge político y posterior declive de la dinastía de los Austrias o Habsburgo españoles. El Siglo de Oro no supone fechas precisas y generalmente se considera que duró más de un siglo. Su inicio no sería antes de 1492, con el fin de la Reconquista, los viajes de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo, y la publicación de la Gramática castellana de Antonio de Nebrija. Políticamente terminó en 1659, con el Tratado de los Pirineos, ratificado entre Francia y España. El último gran escritor Pedro Calderón de la Barca, falleció en 1681, y su muerte es generalmente considerada como el fin del Siglo de Oro español de las artes y las letras.
Estos casi dos cientos años se reparten entre tres movimientos o
tendencias artísticas: el Prerrenacimiento (XV), el Renacimiento (XVI)
y el Barroco (XVII)
Lo que define al siglo XV es su carácter de transición, porque supone el final de la Edad Media y el comienzo de la Edad Moderna, de ahí que reciba estas denominaciones.
Es, por tanto, una época de profundos cambios en la que conviven y se mezclan elementos medievales y elementos modernos. Todo ello conlleva una conciencia de crisis, de inseguridad y de pesimismo, ya que en general se concibe el mundo como un caos regido por el azar –la diosa Fortuna-. Diversos factores contribuyeron al cambio de la sociedad del XV: factores histórico-sociales, económicos y culturales.
En el siglo XV nace el Estado
Moderno, caracterizado por la
concentración del poder en manos del rey, denominándose a este proceso
la "monarquía autoritaria". Frente a la disgregación política y
económica de la época medieval, aparece en Europa occidental un nuevo
tipo de organización estatal, basada en la concentración del poder y en
la unificación de los territorios geográfica o históricamente
afines.
Ahora bien, que en el siglo XV se implante el Estado Moderno no es una mera casualidad, sino que es la consecuencia lógica de las nuevas circunstancias económicas, sociales y políticas que han venido gestándose a lo largo del siglo anterior y que culminan en éste:
En la Italia del XIV se inicia el estudio de las lenguas clásicas (latín y griego) y con ellas la obra de los autores grecolatinos (filosofía, literatura, matemáticas, retórica, etc.). Este estudio trajo como consecuencia inmediata la revalorización del hombre y del conocimiento racional.
Si el hombre era importante por sí mismo, pues era portador de
valores individuales, todo lo que estaba relacionado con él adquiría
relevancia o era visto bajo una perspectiva diferente:
Varios factores contribuyeron a desarrollar y expandir estas ideas y
con ellas el Humanismo:
El siglo XV aparece como época de profunda crisis, de ahí que se le
denomine el "otoño de la Edad Media"; los modos de ser medievales irán
dejando paso a las nuevas maneras del Humanismo y del Prerrenacimiento.
Como resultado de esta encrucijada, encontramos en las
manifestaciones literarias de este siglo, e incluso en un mismo autor,
elementos medievales y otros que
anuncian el Renacimiento.
Se trata de un siglo contradictorio, pues al mismo tiempo que
desaparecen el Mester de Clerecía y el
de Juglaría, ya en decadencia
durante el XIV, se ponen de moda géneros y temas típicamente
medievales: triunfo del estilo
caballeresco, cuya máxima expresión van
a ser los libros de caballerías, la influencia de la lírica provenzal
en la poesía y el uso de ficciones y temas alegóricos.
De forma paralela empiezan a mostrarse los primeros rasgos
humanistas, especialmente por lo que respecta a la presencia de los
tópicos de la literatura latina
medieval y, más tarde, la imitación
de
la cultura clásica. Ahora el mundo grecolatino es visto como un
modelo
a imitar, lo que le conducirá a tenaces intentos de transplantar al
castellano usos gramaticales del latín, como el hipérbaton, el
uso del
participio de presente, la prosa rimada, introducción de latinismos,
etc.
También los temas muestran el influjo humanista (fama, fortuna,
providencia, virtudes) y se les da un tratamiento alegórico, procedente
de la Edad Media. Este auge de la alegoría en el XV se debe en gran
medida a la influencia de Dante, modelo de escritores en este siglo.
La alegoría
consiste en la expresión de una serie de ideas y de una
serie de imágenes que se corresponden paralelamente; por ejemplo, el
concepto de Justicia se representa en la figura de una mujer con los
ojos vendados y una balanza en la mano; con estos dos elementos
simbólicos se alude a los dos rasgos más sobresalientes: la igualdad de
todos los hombres ante la ley (los ojos vendados) y la equidad (la
balanza).
En el XV habrá una gran tendencia a dar cuerpo a ideas o conceptos
abstractos, como por ejemplo, la Muerte (en una figura humana vestida
de negro, calva y de tez amarillenta, o simplemente bajo la forma de un
esqueleto humano con una espada), la Fortuna, y en especial un aspecto
de ésta, la mutabilidad, en una rueda, etc.
Destacan en esa literatura alegórica el Laberinto de la Fortuna de
Juan de Mena y Las Danzas de la Muerte, obra en verso presente en las
artes desde la segunda mitad del XIV, pero con la máxima expresión
durante el XV. En las Danzas se parte de la idea de que todos los
hombres son iguales ante la muerte, por lo que asistiremos a un diálogo
entre la Muerte y sus víctimas, personificadas en hombres de distinta
condición social: reyes, papas, campesinos, etc.
A diferencia de la actitud típicamente medieval ante la muerte
(puerta hacia el Paraíso o resignación ante ella), el hombre de
la segunda mitad del XIV, pero sobre todo el del XV se siente más
apegado a la vida y tiende a abandonar el recuerdo de la muerte
-memento mori- durante su vida para fiar su salvación al último
momento. Este ars moriendi último no le libera de una sensación de
temor y de inquietud, incluso de horror, ante un desenlace
desagradable.
Aparece con ello una visión macabra de la muerte, visión que no es cristiana, y a la que se la personifica, además de las formas ya vistas, como segadora de vidas, es decir una figura enlutada con una guadaña en la mano. Su poder es universal y lo ejerce indistinta y caprichosamente sobre todos los seres humanos. Esta representación de la muerte es habitual en la pintura, en los claustros, en las iglesias y en los cementerios.
Se denomina Renacimiento al movimiento cultural y artístico, pero sobre todo ideológico, que se inicia en Italia en el siglo XV y se expande por toda Europa durante el XVI. Con este apelativo se intenta reseñar el redescubrimiento de la cultura clásica grecolatina tras el largo paréntesis que va desde la caída del Imperio Romano de Occidente hasta esta época. Y por Humanismo se entiende el movimiento intelectual e ideológico que constituyó la fuerza motriz del Renacimiento
En España, esta época corresponde a dos reinados, el de Carlos I y el de Felipe II; cuya política e intereses serán en algunos casos contrapuestos y, sobre todo, influirán decisivamente en la ideología, la cultura y el arte del siglo XVI, hasta tal extremo que se distinguen dos épocas, correspondientes a cada reinado, denominadas: Primer Renacimiento y Segundo Renacimiento.
El primer
hecho político-social destacable es la entronización de
una nueva dinastía real, los Habsburgo
o Áustrias, consecuencia
directa
de la política de enlaces matrimoniales de los Reyes Católicos.
Con el primer Áustria, Carlos I. España pasa a formar parte de un Imperio, cuya extensión es vastísima, pues sobre él recaen cuatro herencias: la herencia austriaca de los Habsburgo (Austria, Bohemia, y parte de la actual Polonia), la herencia borgoña (Países Bajos, el milanesado y el Franco Condado), la herencia aragonesa (Aragón, Cataluña, Valencia, Baleares, Sicilia, Cerdeña y Nápoles) y la herencia castellana (Castilla, Navarra, Granada y las tierras de América que se van descubriendo). A todos estos estados, añadió en 1519 la corona imperial y con ello los territorios del Sacro Imperio Romano.
El segundo va a ser el triunfo definitivo de la monarquía autoritaria. Al hablar del reinado de los Reyes Católicos, ya se apuntó que con ellos nacía el Estado Moderno; ahora, éste se consolidará en especial porque la monarquía autoritaria triunfa definitivamente. Carlos I y su hijo Felipe II recogieron la herencia del autoritarismo de los Reyes Católicos y lo reformaron, ya que era imprescindible un poder estatal fuerte para sostener la nueva organización económica y política, derivada de los grandes descubrimientos geográficos y de la intervención española en Europa.
Pero a pesar de ese autoritarismo, los dos primeros Àustrias
respetaron la singularidad y sobre todo los fueros internos de los
diversos reinos que componían su Estado; es decir, aumentaron el poder
de la monarquía sin llegar a provocar una ruptura con las leyes
anteriores. Para conseguirlo, tuvieron que establecer una
complicadísima organización burocrática que era dirigida
personalmente por el rey a través de Consejos asesores. Así llegó a
instituirse un sistema eminentemente centralista, que Felipe II
completará al establecer la corte de sus reinos en Madrid.
En su conjunto, hay que decir que el siglo XVI supone:
La ideología dominante es la procedente del Humanismo y
por
Humanismo entendemos la actitud por la cual la Antigüedad clásica,
revivida por medio del estudio de las "humanae litterae", se pone como
ideal y como modelo de la educación del hombre completo, para cuya
formación son precisamente instrumento necesario los "estudios
humanistas", es decir las lenguas clásicas y las obras maestras de la
literatura grecolatina.
Este estudio se dio originariamente en Italia a lo largo del siglo XV, expandiéndose por Europa en esta misma centuria, pero consolidándose en el XVI.
La consecuencia inmediata de ese estudio fue el cambio teológico y
filosófico radical, según el cual, el hombre, en vez de
considerarse
una pieza más en la sólida jerarquía del cosmos, en cuyo centro está
Dios, se repliega hacia sí mismo, primero sobre su peculiaridad de
hombre y más tarde sobre su propia individualidad: antropocentrismo.
A
partir de aquí, no verá ya lo que le rodea como una simple alegoría
divina, sino que lo verá como objeto de nueva curiosidad, de manera que
se producirá un "descubrimiento" de ese mundo externo, con la
consiguiente "investigación y estudio".
Consecuencia lógica de lo apuntado será el nacimiento de una
ciencia
experimental que
intentará explicar los fenómenos percibidos
mediante la razón y la experiencia. Así, no es de extrañar que se
dieran progresos importantes en el campo de la Medicina, estudiándose
la anatomía humana, practicando la cirugía o descubriéndose la
circulación pulmonar.
Pero, la personalidad más relevante de la ciencia
del XVI es Copérnico, que en 1543 presenta una teoría, que no pudo
confirmarse científicamente hasta el siglo siguiente, según la cual y
contradiciendo las teorías medievales (geocentrismo:
todos los cuerpos celestes giran en torno a la tierra que tiene una
posición fija), formula el
principio del heliocentrismo:
la Tierra y el resto de los planetas
giran alrededor del sol. Galileo pudo demostrar la teoría del fraile
polonés.
Esta nueva concepción del hombre y del mundo hará que los temas básicos de la cultura renacentista giren en torno a los siguientes centros de interés:
La naturaleza y lo natural como principio estético, filosófico y vital y con ello, el principio de la armonía, el equilibrio y la serenidad. El arte renacentista recoge las ideas de:
En la literatura se plasmará en dos tópicos: el locus amoenus y el beatus ille, tratados por diversos autores
El hombre y lo humano como eje del universo (antropocentrismo), pero integrado en la naturaleza y en ese entorno debe desarrollar su inteligencia y sensibilidad a través del conocimiento racional. Por eso, el humanista por excelencia es un intelectual que intenta abarcar cuantos más conocimientos posibles, de manera que cultivará tanto la filosofía y los conocimientos idiomáticos, como las ciencias y el arte. El prototipo de humanista es Leonardo da Vinci: pintor, escultor, experimentador, inventor y estudioso de la anatomía humana .
Junto al modelo de humanista, está también el modelo de cortesano, esto es, el perfecto ser social. Su formulación se debe al italiano Baltarsar de Castiglione, en El Cortesano, obra en la que propugna el cultivo armónico del cuerpo y del alma: el cortesano ideal debía ser diestro en el manejo de las armas y de las letras; refinado, culto y rendido enamorado en palacio, y valiente guerrero en la batalla. Y todo ello con sencillez y naturalidad, pues se rechaza la afectación.
Esta unión de lo físico y lo espiritual será el ideal del
Renacimiento. Se verá reflejada en la literatura y, por ejemplo, don
Quijote hará una defensa del mismo en su célebre "discurso de las armas y de las letras"
Individualismo e independencia.Tanto el hombre y lo humano, como el individualismo e independencia son la idea clave en el Lazarillo.
El reinado de Carlos I (primera mitad del XVI) se caracterizará por una apertura a todas las ideas, tanto peninsulares como extranjeras. El optimismo vital, el humanismo y la serenidad y confianza en el hombre son las bases de este momento, tal y como se advierte en la poesía italianizante de Garcilaso y en la difusión del neoplatonismo y del erasmismo.
Pero también se manifiesta en el auge de los estudios filológicos, en la revalorización de las lenguas romances -aspectos que arrancan de principios de siglo, como hemos visto-, en la concepción intimista de la religión y en la crítica social.
El reinado de Felipe II (la segunda mitad del
XVI), con la Contrarreforma
como principio religioso, social y
político, provocará la cerrazón con respecto al exterior y,
consecuentemente, habrá un reconcentramiento en el individuo,
manifestándose en un fervor religioso que en el resto de Europa sólo se
produce durante la Edad Media, de manera que los ascetas y los místicos
florecerán.
Este segundo Renacimiento supone una asimilación del espíritu petrarquista, del neoplatonismo y del estoicismo; los temas tratados son más graves, reflejo de que el optimismo anterior ha dejado paso a una contemplación serena y preocupada del hombre y su mundo, si bien continuarán escribiéndose obras con el mismo talante que en la primera época.
Sin embargo, existe un denominador común
entre ambos reinados y que
se prolongará en el XVII: la armonización
de elementos que parecen
contradictorios, en especial, por lo que respecta a la
literatura,
hecho que cristaliza en los gustos y tendencias de estos siglos.
Así, y a diferencia de la literatura del resto de Europa, no se desdeñará la Edad Media, sino que se incorporará a la nueva producción literaria; buena prueba de ello son las reediciones sucesivas de los Cancioneros, los Romanceros o los libros de caballerías, entre otros.
Con el término Barroco se designa la estética que dominó las artes a lo largo de los tres primeros cuartos del siglo XVII, centrándose con mayor intensidad entre 1605 y 1650. Se trata de un período estético complejo en el que concurren factores de diverso orden, desde los políticos y económicos, hasta los sociales e ideológicos, por no mencionar los estrictamente literarios; por tanto, no se manifiesta sólo en las artes, sino también en la ideología y en las mismas actitudes existenciales.
Desde el punto de vista del arte, supone
la evolución del arte
renacentista que poco a poco va recargando y retorciendo sus formas.
En escultura predomina el movimiento; en pintura, los contrastes de
luz; las columnas renacentistas se convierten en salomónicas, etc.
El fenómeno afecta a toda Europa, si bien en cada país presenta características propias y orígenes distintos (preciosismo en Francia; enfuismo en Inglaterra; marinismo en Italia). En España este periodo cultural reviste especial interés porque coincide con el máximo esplendor de la lengua y de la literatura.
El siglo XVII estuvo marcado por el progresivo desmoronamiento del imperio español forjado en el siglo anterior. Durante esta centuria reinaron en España los tres últimos Áustrias:
Los innumerables conflictos políticos con las consiguientes repercusiones socio-económicas, generaron en la conciencia de los coetáneos el sentimiento de "crisis" y "decadencia" , lo que conduce a ver el mundo como un lugar donde triunfan las falsas apariencias, la confusión y el desorden. Esta sensación generará una visión pesimista: el hombre barroco se muestra desencantado de la realidad que le ha tocado vivir; es el desengaño barroco, que se manifiesta de dos maneras:
Adoptando una actitud pasiva; en este caso el escritor expresa sus preferencias por un modo de vida diferente, que añora o desea, pero que no vive, como por ejemplo la vida idílica de los pastores bucólicos, o el refugio de la religión. Por ejemplo.
Adoptando una actitud activa. El escritor se enfrenta directamente con la realidad que rechaza y puede adoptar varias posturas:
* Renunciar a la vida social dominada por la
apariencias (ostentación del poder y alardes de lujo y riqueza) y vivir
de manera sencilla, no idealizada, sino un modo de vida
cotidiano.
* Denunciar que la falsedad y el materialismo de la época haya destruido los ideales del hombre.
* Criticar aquellos comportamientos que, por ser
sólo gestos grandilocuentes que se hacen de cara a la galería, no
resuelvan nada, son meras apariencias.
Así, pues, el desengaño provoca que todos ellos rechacen la sociedad en que viven, aunque lo hagan de manera diversa. Incluso, en un mismo autor pueden coexistir las dos actitudes antes enunciadas; de ahí que cuando se habla del pensamiento barroco, además de afirmar que es desengañado, se destaque la existencia de este dualismo vital; es lo que se denomina el dualismo barroco, el cual no sólo se manifiesta en lo que acabamos de expresar, sino también en otros temas y motivos artísticos, pero siempre apuntan hacia la coexistencia de contrarios, como lo hermoso y lo feo, lo culto y lo vulgar, lo trágico y lo cómico, etc.
Pero además de la situación conflictiva antes mencionada, el Barroco fue acelerado y acentuado por la Contrarreforma, que desaconsejaba o impedía todo espíritu de investigación crítica, reafirmando e intensificando la tradición eclesiástica; por ello, la Inquisición vigilaba toda explicación de la naturaleza o del hombre que no tuviera en cuenta la directa acción divina. Obviamente, la máxima expresión del Barroco se produce en los países católicos, aunque no puede despreciarse la presencia de esta estética en los protestantes.
En el caso de España, la Inquisición hace que cesen prácticamente la
investigación científica y la filosofía racional y se impide el
"pernicioso" contacto con el resto de Europa, donde los postulados de
Trento no se siguen al pie de la letra. En cambio, se potencia un
religiosidad que muchas veces es suplantada por la superstición; de ahí
que florezcan los "milagros".
No es de extrañar que resurja con fuerza el pensamiento desilusionado estoico y receloso del siglo XV ante la vida que se observaba, por ejemplo, en La Celestina, en escritores como Quevedo, Calderón o Gracián.
A lo largo de estos tres siglos, se producen dos fenómenos
lingüísticos relevantes: por un lado la propia evolución de la lengua
con los últimos grandes cambios y, por otro, el que se convierte por
primera vez, en objeto de estudio.
El reinado de los Reyes Católicos en muchos aspectos es ya plenamente humanista, como
por ejemplo en el estudio de las
lenguas clásicas (latín y griego),
pero también de las nacionales,
pues la primera gramática de una lengua
vulgar que se escribe en Europa es el Gramática de la lengua
castellana de
Antonio de Nebrija (1492).
El Diálogo de la lengua
(1563) de Juan de Valdés presenta la gran innovación de poner el
castellano al mismo nivel de otras lenguas de prestigio, sobre todo del
latín. Para Juan de Valdés no existen lenguas superiores e inferiores,
es la utilización literaria lo que dignifica una lengua.
La obra de Valdés está estructurada como un diálogo porque los
humanistas defendían este género como vehículo pedagógico. En este
diálogo, el propio Valdés responde a las preguntas que tres
interlocutores italianos le hacen sobre las peculiaridades de la lengua
española. Es una obra clave para entender el ideal literario y
lingüístico erasmista: verosimilitud en la narración, sencillez y
precisión en el estilo e imitación de la lengua hablada. Las numerosas
observaciones contenidas a lo largo de obra son un valioso documento
sobre el español medio de los siglos de oro, en particular del siglo
XVI.
El Tesoro de la lengua castellana o española
(1611) de Sebastián de Covarrubias es el primer diccionario general
monolingüe del castellano, es decir, el primero en que el léxico
castellano es definido en esta misma lengua. Es también el primer
diccionario de este tipo publicado en Europa para una lengua vulgar.
Pero este humanismo se observa de manera muy especial en los estudios filológicos, aplicados a la religión. No olvidemos que durante el XVI, las reformas religiosas están presentes en toda la centuria, expresándose con ello el interés primordial que suscita la espiritualidad y de ahí que el Renacimiento se considere como un período de renovación espiritual. Curiosamente, la cumbre de esa renovación se da a principios de siglo y en España con la edición de la Biblia Políglota de Alcalá (1514-1517), patrocinada por el Cardenal Cisneros, confesor de la reina, y dirigida por Antonio de Nebrija. Consta de seis volúmenes en folio con los textos caldeos, hebreos, griegos y latinos y sus respectivas traducciones. Sólo se ocupa del Antiguo Testamento.
La importancia de la Biblia de Alcalá es doble; por un lado, por lo que supone de erudición en el terreno filológico; se trata de establecer un texto fiel para lo cual se compara fuentes anteriores, escritas en latín y griego, pero también, siguiendo la tradición peninsular que arranca de la Escuela de Traductores de Toledo, se analizarán textos hebreos y caldeos (las dos lenguas orientales en que se escribió originariamente la Biblia). La finalidad es obtener un texto bíblico fiel, no corrompido por traducciones no demasiado científicas que a lo largo de los siglos se habían realizado.
En un principio, la Biblia
Políglota será aceptada por la jerarquía
eclesiástica, aunque nunca llegará a presentarla como la "oficial".
Sin embargo, después del Concilio de
Trento (1545-1563) será prohibida. De hecho,
después de este Concilio se prohíbe no sólo la traducción de cualquier
texto bíblico a lenguas vulgares, sino también cualquier interpretación
que no venga dada por la jerarquía eclesiástica. Un
buen ejemplo lo constituye Fray Luis de León, acusado y encarcelado por
la Inquisición precisamente por traducir un texto bíblico.
Felipe II se erige en defensor de los valores de Trento, por lo que la segunda parte de esta Biblia (el Nuevo Testamento) tendrá que ser editada en Amberes (si bien los trabajos se realizaron durante la época del emperador), denominándose la Biblia de Amberes (1568-1572).
Durante los siglos XVI y XVII la lengua se fue puliendo y fijando hasta adquirir una configuración muy parecida a la que tiene hoy día. La imprenta contribuyó de un modo decisivo a la uniformación gráfica, léxica y sintáctica de la norma culta del español.
El castellano empieza a denominarse español a partir del siglo XVI.
</li></ul><ul><li>La aparición de la imprenta
juega un papel importante para fijar las bases de la ortografía y el
léxico </li></ul><ul><li>En los Siglos de Oro
la lengua castellana se consolida como lengua de cultura.
La fonética se regularizó, quedando prácticamente asentados los
actuales sistemas vocálicos y consonánticos, al tiempo que se
definieron muchas vacilaciones morfosintácticas.
· La lengua del siglo XV sigue dos líneas paralelas:
· Una tendencia latinizante, que intenta elevar el castellano a la altura del latín.
Una línea popular representada por el Romancero, que llegará a convertirse en la expresión más genuina de
la poesía en lengua española.
6.2.1. Cambios en los Siglos XV y XVI
Se producen varios fenómenos que acabarán por dar al castellano la forma en la que lo usamos hoy día. El español medieval evolucionó hasta alcanzar soluciones fonéticas como:
Durante los siglos XVI y XVII la lengua se fue puliendo y fijando hasta adquirir una configuración muy parecida a la que tiene hoy día. La imprenta contribuyó de un modo decisivo a la uniformación gráfica, léxica y sintáctica de la norma culta del español.
La fonética se regularizó, quedando prácticamente asentados los actuales sistemas vocálicos y consonánticos, al tiempo que se definieron muchas vacilaciones morfosintácticas.
La norma lingüística de la época variaba entre la de Toledo, donde estaba la Corte; la de Burgos, cuyos usos lingüísticos se consideraban anticuados; y la de Sevilla, que era la capital del comercio ultramarino. Finalmente, se adoptó como modelo ladiscreción (?buen gusto?) de los escritores y gente culta, al margen de su procedencia geográfica.