El género didáctico agrupa las obras que tienen como finalidad enseñar o instruir al lector. El objetivo básico del texto no es emocionar, ni entretener, sino defender una idea de tipo religiosa, moral, política, etc. Pertenecen al género didáctico, por ejemplo, las fábulas, un texto en prosa o en verso en el que se cuenta una historia generalmente protagonizada por animales de la que se deriva una moraleja final.
Esta finalidad didáctica o moralizante en la Edad Media tiene un gran desarrollo, ya que viene determinada por influencia de la Iglesia, la cual utilizó recursos y subgéneros de procedencia diversa, como los bestiarios, las colecciones de sentencias (bien en latín , bien en árabe), los exempla (cuentos ilustrativos extraídos de la Biblia y otras historias, reales o ficticias con finalidad moralizadora), etc.
Debido a la escasa accesibilidad al conocimiento, los escritores tenían encomendada la tarea de aleccionar al pueblo. Este didactismo se transmitió indistintamente en las dos grandes manifestaciones literarias del XIII y del XIV, tanto en verso (con Gonzalo de Berceo o el Arcipreste de Hita), como en prosa (con Alfonso X o Don Juan Manuel).
En la Edad Media, por clérigo se
entiende toda persona culta o letrada que ha recibido
educación eclesiástica, lo cual no implica que deba ser sacerdote o
fraile; por tanto "mester de clerecía"
significa el oficio o profesión
de persona culta.
Así, pues, sus componentes eran una minoría de hombres cultos, no siempre eclesiásticos, que se dedicaron a componer obras narrativas en verso. Se desarrolló durante los siglos XIII y XIV.
Las obra de clerecía, al igual que las de juglaría, pertenecen también al género narrativo, puesto que sigue tratándose de poesía narrativa, pero a diferencia de aquellos, estas obras refieren:
Los temas que tratan no son elaborados a partir de narraciones
orales o de leyendas, sino que se extraen de fuentes escritas,
normalmente en latín, a las que los autores siguen fielmente.
Esa
diferencia con respecto al Mester de Juglaría,
el clérigo la hará notar, pues en numerosas ocasiones aludirá a dichas
fuentes con fórmulas como "escrito está". Recordemos que mientras gran
parte de la sociedad es analfabeta, la
escritura se ve como sinónimo de "verdad".
A diferencia del Mester de Juglaría que sólo pretendía entretener y, a lo sumo, dar noticia de leyendas más o menos conocidas, el Mester de Clerecía perseguía una finalidad más elevada: enseñar mediante obras amenas2; esto es, una finalidad didáctica: a través de las historias que contaban aleccionaban al público sobre temas religiosos y morales.
Por otro lado, el Mester de Clerecía compuso sus obras para ser leídas, por tanto, iban destinadas a un público letrado, pero dado que los hombres que sabían leer en el siglo XIII eran escasos, y los clérigos de la época eran muy conscientes de ello, algunos poetas dieron sus obras a los juglares para que éstos las difundieran incorporándolas a su repertorio con lo que llegaban a un público más amplio; éste fue el caso de Berceo.
Así, pues, fueron los primeros en tener conciencia de ser escritores y de estar elaborando una obra literaria, pero también tenían conciencia de cómo era el público para quien escribían, especialmente cuando su interés radicaba en que éste fuera mayoritario; en este último caso, sabían que debían competir con los cantares de gesta, por lo que imitaron, incluso, las fórmulas de los juglares ("las fórmulas épicas"), a la vez que utilizaron un lenguaje sencillo. Un ejemplo de este proceder lo ofrece Berceo que afirma querer escribir en:
Como puede apreciarse en
esta estrofa, Berceo no sólo establece la lengua en la que va a
escribir, sino que además introduce dos aspectos más: el principio de
modestia medieval
(v.3), según el cual, se presenta como un hombre poco letrado, cuando
sus fuentes son precisamente libros escritos en latín, e imita el
proceder de los juglares y, como ellos,
pide "un vaso
de bon vino" a cambio de su obra.
La cultura de sus autores se traduce también en la regularidad
métrica, esto es, estrofas de cuatro versos alejandrinos (14
sílabas), con cesura mediañ, monorrimos (una sola rima), llamadas cuaderna vía. Así se vanagloriaba el
anónimo del Libro de Alexandre:
Sin embargo, entre ambos siglos se producirá una evolución tanto
temática como formal, la cual refleja la evolución de la sociedad de su
tiempo: de un
seguimiento estricto, traducción o amplificación de las fuentes,
monometría y temas predominantemente religiosos y morales en el siglo
XIII, se pasa a una creación más original y libre, a la polimetría y a
la apertura a los temas profanos en el siglo XIV (buen ejemplo es el
Arcipreste de Hita).
Se sabe muy poco sobre el primer autor conocido de la Literatura Española. Sólo que nació en Berceo (localidad riojana), que se educó en el Monasterio de San Millán de la Cogolla, fue diácono y en 1246 todavía vivía. Su vida siempre aparece ligada a este monasterio y no se tiene noticia de que saliera nunca de él.
Se han conservado varias obras de este autor riojano que escribió sobre temas religiosos de diversa índole, destacando muy especialmente las obras que giran en torno a la figura de la Virgen y las que narran la vida de algún santo (Santo Domingo de Silos, Santa Oria, San Millán).
Merecen especial mención los Milagros de Nuestra Señora y la Vida de Santo Domingo de Silos.
Para componer sus obras, Berceo, como todos los hombres del Mester de Clerecía, se inspiró en una colección de milagros escrita en latín de las muchas que circulaban en el caso de la obra dedicada a la Virgen, y la biografía en latín, en la del santo y otras noticias que de él se tenían en el monasterio donde vivió y los otros cercanos, pues no hay que olvidar que el monasterio de Santo Domingo de Silos está en la misma región que el de San Millán de la Cogolla (La Rioja).
Los Milagros de Nuestra Señora, como su título indica, es un compendio de hechos milagrosos atribuidos a la Virgen (25 en total), precedidos de una introducción alegórica.
En la introducción,
el protagonista-narrador (Berceo) se presenta como un romero (homo viator) que, buscando reposo,
entra en un jardín (locus amoenus),
que simboliza las virtudes y protección de la Virgen.
Cada milagro
es un poema narrativo independiente y, como es de
suponer, cuenta un hecho que nada tiene que ver con el siguiente, salvo
por la figura de la Virgen.
El esquema narrativo de cada relato es idéntico: personajes devotos de la Virgen se encuentran ante un peligro o problema y se salvan gracias a la intervención mariana, como por ejemplo, la monja portera de un convento que huye, enamorada tras un caballero y, cuando vuelve arrepentida, ve que la Virgen la ha sustituido en la puerta del convento.
Por tanto, todos cumplen la misma estructura:
Esta obra se inscribe en el seno de una extensa corriente medieval que circuló por toda Europa, tanto en latín como en las diversas lenguas romances, de carácter religioso -y, a veces, supersticioso- y cuyo trasfondo era la devoción mariana. Berceo lo que pretende con esta obra es difundir en lengua romance los relatos que existen sobre los milagros de la Virgen
Berceo usa la técnica de la amplificatio
(adición de elementos con respecto al texto latino original) de las
partes más interesantes que ayudan al didactismo y la enseñanza moral,
mientras que usa la abrevatio o
el resumen de aquellos pasajes menos relevantes para esa función
didáctica.
Es una obra destinada a la gente de alrededor de La Rioja pues da detalles locales, comentarios coloquiales para acercar el mensaje al público, rebajando el tono teológico-religioso-moral y acercarlo a la vida cotidiana, haciendo comparaciones con elementos de la naturaleza. El dialecto que usa es el riojano.
Juan Ruiz, mejor conocido por el Arcipreste de Hita, vivió a mediados del siglo XIV, de acuerdo a los datos cronológicos de las publicaciones de sus libros, nunca pudo concretarse el año de nacimiento ni el de su muerte, ni siquiera pudo ubicarse el lugar exacto de su nacimiento, aunque los historiadores han situado su nacimiento en Alcalá de Henares y otros en la ciudad de Guadalajara.
Fue clérigo y ejerció de arcipreste en Hita, provincia de Guadalajara. Se conocen muy pocos datos de su biografía, apenas su nombre y el de uno de los protagonistas de su libro, Ferrán García, en un documento de un cedulario que se conserva en la catedral de Toledo.
Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, escribió el Libro de Buen Amor, la obra más brillante del siglo XIV.
Del Libro de buen amor existen tres códices: el de Salamanca o S, hoy en la Real Biblioteca, considerado el mejor. Los otros dos códices son el de la Real Academia Española, conocido como códice de Gayoso o G, y el de Toledo o T. El poema consta de 1.728 estrofas.
El hecho de que se hayan conservado tres manuscritos es un indicio de la importancia y difusión que tuvo esta obra desde bien temprano: los códices de Toledo (T) y Gayoso (G) son de fines del siglo XIV, y el de Salamanca (S) fue copiado a principios del siglo XV por Alonso de Paradinas. En los tres han sido arrancadas varias hojas, lo que impide la lectura completa del libro y además las lecturas divergen ocasionalmente a causa de las deformaciones de los copistas.
El título con que hoy se conoce la obra fue propuesto por Menéndez
Pidal en 1898, basándose en distintos pasajes del propio libro,
especialmente el de la cuaderna 933b, cuyo primer hemistiquio reza
«'Buen Amor' dixe al libro».
En cuanto a la fecha de redacción, varía según el manuscrito: en uno el autor afirma que lo terminó en 1330 y en otro en 1343, esta última fecha sería una revisión de la versión de 1330 en la que Juan Ruiz añadió nuevas composiciones.
Se suele definir como una obra amena de supuesta intención didáctica, aunque la enseñanza es tanto de tipo moralizante como literaria, pues el autor anuncia claramente su propósito de escribir "un libro que a los cuerpos alegre y a las almas preste", a la vez que pretender dar a muchos "leçión e muestra de trobar". Sin embargo, la moralización acerca del tema principal “el loco amor” es ambigua, pues sostiene que quiere prevenir contra ese loco amor, pero que si alguno no desea hacerle caso y “quisieren usar del loco amor, aquí hallarán algunas muestras para ello”
Está compuesto por materiales muy
diversos en cuanto al estilo y a los temas tratados; por un lado,
aparecen elementos líricos y por otra, elementos narrativos.
La parte lírica, escrita en versos de arte menor, con predominio de hexasílabos, está representada por composiciones dedicadas a la Virgen -llamada loores-, por serranillas, cantares de ciego, de estudiantes, etc.
En la parte narrativa, compuesta en versos alejandrinos y de 16 sílabas con predominio de los de 16 sobre los de 14, se distingue las siguientes líneas accionales:
Estos materiales tan hetereogéneos tienen como hilo conductor el
"yo" del protagnista (la autobiografía
amorosa ficticia), esto es, la
técnica que da unidad a la obra.
Ahora bien, el error de asociar el autor con el protagonista arranca
de antiguo;
de
hecho, hasta este siglo ha sido muy frecuente en literatura identificar
el "yo" del protagonista, en obras escritas en primera persona, esto
es autobiográficas, con el "yo" del autor.
El Libro de Buen Amor
resulta difícil de encasillar en los géneros
literarios tradicionales, puesto que por un lado, acumula elementos
pertenecientes al Mester de juglaría y al de clerecía y, por otro,
utiliza un lenguaje popular, lleno de refranes, frases hechas, chistes,
juegos de palabras, etc, a la vez que trata temas cultos bajo una
perspectiva satírica e irónica.
La mezcla de elementos aparentemente contradictorios, como la religiosidad y el vitalismo profano y burgués o lo serio y elevado junto a lo burlesco y lo paródico; las descripciones pintorescas y de gran plasticidad y el ambiente urbano de la parte narrativa son algunas muestras de la originalidad de esta obra.